sábado, 28 de septiembre de 2013


FEMINISTAS, TRANSGRESORAS Y LUCHADORAS
Por Yolanda Marco Serra

La fundación del Estado nacional panameño a principios del siglo XX dejó planteados conflictos cuya resolución se proyectaría durante todo el siglo, especialmente los que tenían que ver con Estados Unidos. Otro problema fue el hecho de que el sistema político fundacional republicano se basaba en una ciudadanía restringida que excluía a la mitad de la población, la femenina. Aunque la Constitución de 1904 otorgaba el derecho al sufragio a todos los ciudadanos panameños, el articulado de las leyes electorales excluía de forma explícita a las mujeres de este derecho.
            Liberales y conservadores discrepaban a menudo sobre cuál debía ser la participación de las mujeres en las instituciones y la nación en construcción. Amplios sectores del liberalismo y del movimiento obrero en la segunda y tercera décadas del siglo consideraban imprescindible ampliar los derechos ciudadanos a las mujeres para la transformación democrática del país. Los conservadores, salvo excepciones, se oponían. Ambas corrientes políticas y los partidos que las representaban tenían visiones diferentes sobre el significado de la femineidad y el papel social de las mujeres.
            La situación de las mujeres era de franca discriminación en todos los ámbitos de la sociedad: educación, acceso al trabajo, derecho civil, derecho político. En el discurso compartido por amplios sectores del patriarcado político liberal y conservador se afirmaba que las mujeres eran “el ángel del hogar” y madres, y que debían mantenerse apartadas de la política, calificada de sucia. Las mujeres, sin embargo, educadas y partícipes de las ideologías y movimientos sociales de su época, tenían una visión distinta y empezaron a construir su propia voz y opinión, escribiendo en la prensa, formando organizaciones culturales y, finalmente, fundando organizaciones políticas.
Las manifestaciones individuales pasaron a constituirse en voz colectiva, cuya primera expresión, en diciembre de 1922, fue el manifiesto a las mujeres panameñas del Grupo Feminista Renovación, que al siguiente año fundaría el Partido Nacional Feminista, y que en su primer párrafo decía:
Mujeres panameñas: Ha llegado el momento en que el deber nos impone reclamar el puesto de absoluta igualdad al hombre ante la ley que de hecho nos corresponde. Nosotras, con nuestros esfuerzos y trabajos, ora como madres, ora como profesoras y maestras, ora como obreras, estamos realizando una labor trascendental para el progreso de nuestra nación, y no es justo que esta nación, a la cual hemos consagrado todas las energías de nuestro espíritu y de nuestro cuerpo, nos mantenga en un plano inferior al que ocupa el hombre ante los derechos y responsabilidades de la ley.

            El feminismo tuvo en las primeras décadas del siglo XX dos corrientes ideológicas y dos organizaciones: el Partido Nacional Feminista y la Sociedad Nacional para el Progreso de la Mujer., ambas fundadas en 1923. Las militantes de ambas organizaciones fueron transgresoras, visionarias y luchadoras, aunque de diferente manera.
El Partido Nacional Feminista era la expresión de las mujeres de clases populares, maestras y abogadas, de ideología socialista, de izquierdas. Sus militantes eran la nueva mujer panameña, en ruptura con el papel tradicional femenino, que buscaban la autonomía personal y la participación en igualdad de condiciones al hombre, y que desde su inicio lucharon por el derecho al sufragio sin ningún tipo de restricción. Plantearon temas inéditos en la política nacional como la necesidad de tribunales para los delincuentes infantiles, para las mujeres, la igualdad en el trabajo, y la abolición de la prostitución, con la que introdujeron un tema hasta entonces tabú en la sociedad panameña. Su fundadora, Clara González de Behringer, y Elida Campodónico de Crespo, Enriqueta R. Morales, Sara Sotillo, Otilia Arosemena de Tejeira, fueron algunas de sus dirigentes más importantes.
La Sociedad para el Progreso de la Mujer, constituida por mujeres de clase media y alta, cercana al poder, era la expresión en femenino del liberalismo, más conservadoras del rol tradicional femenino. Su visión de las mujeres era cercana al maternalismo social, la mujer como madre y educadora no solo en la familia sino en la sociedad, modernizadora dentro de un orden y de manera progresiva. Enfocaron sus reivindicaciones hacia la educación de las mujeres y el mejoramiento de la infancia y la familia, y no fue sino hasta avanzada la década de los años treinta que se sumaron a la lucha del Partido Nacional Feminista por el sufragio femenino. Esther Neira de Calvo, Esperanza Guardia de Miró, Otilia Jiménez fueron algunas de sus dirigentes más conocidas.


           

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