FEMINISTAS, TRANSGRESORAS Y LUCHADORAS
Por Yolanda Marco Serra
La fundación del Estado nacional panameño a principios del
siglo XX dejó planteados conflictos cuya resolución se proyectaría durante todo
el siglo, especialmente los que tenían que ver con Estados Unidos. Otro
problema fue el hecho de que el sistema político fundacional republicano se
basaba en una ciudadanía restringida que excluía a la mitad de la población, la
femenina. Aunque la Constitución de 1904 otorgaba el derecho al sufragio a todos
los ciudadanos panameños, el articulado de las leyes electorales excluía de
forma explícita a las mujeres de este derecho.
Liberales y
conservadores discrepaban a menudo sobre cuál debía ser la participación de las
mujeres en las instituciones y la nación en construcción. Amplios sectores del
liberalismo y del movimiento obrero en la segunda y tercera décadas del siglo
consideraban imprescindible ampliar los derechos ciudadanos a las mujeres para la
transformación democrática del país. Los conservadores, salvo excepciones, se
oponían. Ambas corrientes políticas y los partidos que las representaban tenían
visiones diferentes sobre el significado de la femineidad y el papel social de
las mujeres.
La situación
de las mujeres era de franca discriminación en todos los ámbitos de la
sociedad: educación, acceso al trabajo, derecho civil, derecho político. En el
discurso compartido por amplios sectores del patriarcado político liberal y
conservador se afirmaba que las mujeres eran “el ángel del hogar” y madres, y que
debían mantenerse apartadas de la política, calificada de sucia. Las mujeres, sin
embargo, educadas y partícipes de las ideologías y movimientos sociales de su
época, tenían una visión distinta y empezaron a construir su propia voz y
opinión, escribiendo en la prensa, formando organizaciones culturales y,
finalmente, fundando organizaciones políticas.
Las manifestaciones
individuales pasaron a constituirse en voz colectiva, cuya primera expresión,
en diciembre de 1922, fue el manifiesto a las mujeres panameñas del Grupo
Feminista Renovación, que al siguiente año fundaría el Partido Nacional
Feminista, y que en su primer párrafo decía:
Mujeres
panameñas: Ha llegado el momento en que el deber nos impone reclamar el puesto
de absoluta igualdad al hombre ante la ley que de hecho nos corresponde.
Nosotras, con nuestros esfuerzos y trabajos, ora como madres, ora como
profesoras y maestras, ora como obreras, estamos realizando una labor
trascendental para el progreso de nuestra nación, y no es justo que esta
nación, a la cual hemos consagrado todas las energías de nuestro espíritu y de
nuestro cuerpo, nos mantenga en un plano inferior al que ocupa el hombre ante
los derechos y responsabilidades de la ley.
El feminismo tuvo en las primeras
décadas del siglo XX dos corrientes ideológicas y dos organizaciones: el
Partido Nacional Feminista y la Sociedad Nacional para el Progreso de la Mujer.,
ambas fundadas en 1923. Las militantes de ambas organizaciones fueron
transgresoras, visionarias y luchadoras, aunque de diferente manera.
El
Partido Nacional Feminista era la expresión de las mujeres de clases populares,
maestras y abogadas, de ideología socialista, de izquierdas. Sus militantes
eran la nueva mujer panameña, en ruptura con el papel tradicional femenino, que
buscaban la autonomía personal y la participación en igualdad de condiciones al
hombre, y que desde su inicio lucharon por el derecho al sufragio sin ningún
tipo de restricción. Plantearon temas inéditos en la política nacional como la
necesidad de tribunales para los delincuentes infantiles, para las mujeres, la
igualdad en el trabajo, y la abolición de la prostitución, con la que
introdujeron un tema hasta entonces tabú en la sociedad panameña. Su fundadora,
Clara González de Behringer, y Elida Campodónico de Crespo, Enriqueta R.
Morales, Sara Sotillo, Otilia Arosemena de Tejeira, fueron algunas de sus
dirigentes más importantes.
La
Sociedad para el Progreso de la Mujer, constituida por mujeres de clase media y
alta, cercana al poder, era la expresión en femenino del liberalismo, más
conservadoras del rol tradicional femenino. Su visión de las mujeres era
cercana al maternalismo social, la mujer como madre y educadora no solo en la
familia sino en la sociedad, modernizadora dentro de un orden y de manera
progresiva. Enfocaron sus reivindicaciones hacia la educación de las mujeres y
el mejoramiento de la infancia y la familia, y no fue sino hasta avanzada la
década de los años treinta que se sumaron a la lucha del Partido Nacional
Feminista por el sufragio femenino. Esther Neira de Calvo, Esperanza Guardia de
Miró, Otilia Jiménez fueron algunas de sus dirigentes más conocidas.